viernes, 7 de agosto de 2009

Otra de zapatos blancos


Verdades irrefutables pero que por cuestiones políticas nadie se anima a decir, por ejemplo Moisés Iconicoff, que es un hombre que ya está grande para ser payaso:

1- El alfajor con poco dulce de leche solo merece ser llamado “alfafor”, a secas, como nos deja la boca (el Tatín, por ejemplo).

2- No está muerto quien pelea (lo cual es una obviedad), hasta que lo matan. Mejor es irse a las casa (pero sin correr, porque podemos pasar por cagones: irse, pero con una sonrisa).

3- No hay peor cosa que un hombre con zapatos blancos (afirmación ya expuesta en el pasado inmediato, y que debería ser el 11er. mandamiento, aún para los de otras religiones o los que no profesan creencia alguna, salvo ésta).

4- Un pensamiento estúpido dicho en voz alta es el detonante de las más aguerridas peleas y discusiones de pareja.

5- No hay nada mejor para un peronista que otro peronista, salvo que el segundo peronista sea medio raro.

6- La soda sin gas es solo agua, y eso no tiene ninguna gracia (pero cuidado con los extremos: no a la zoncera de Villavicencio, pero tampoco al riesgo de una implosión por consumo de soda Estambul, que provoca los mejores eructos, superando por amplio margen a la Coca, lo que pasa es que la Estambul no tiene tanta prensa a favor).

7- Una promesa hecha fernet de por medio vale más, mucho más, que una promesa de sangre.

7a- Aquel que hace una promesa de sangre, es un boludo.

7b- Ojo: si alguien acepta una promesa de sangre, después se tiene que lavar las manos (como el “Bocha” Poncio Pilatos), y la promesa se va a los caños. Por eso, entre hacerse un tajito o tomarse un Fernet, mejor es lo último.

8- Una mentira “blanca” es una mentira con buenas intenciones. Una mentira “negra” es una mentira con malas intenciones para otro, pero con buenas intenciones para el que miente, o sea, que algo de “blanco” tiene, por lo tanto, la mentira “negra” en realidad es “gris”, y si es “gris” no se sabe bien si es “blanca” o “negra”, o tiene un poco de cada una. Entonces... ¿en qué quedamos?.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Juan Carlos - Carlos Juan


Un pelotudo en México le puso por nombre a su hijo “Brhadaranyakopanishadvivekachudamani Erreh Muñoz”…

Después, un pendejo de 19 años en Inglaterra se cambió su nombre original por el de “Capitán Fantástico Más Rápido Que Superman, Batman, Wolverine, Hulk y Flash Juntos”…

Digo yo, que pasó con los “Juan Carlos”. Porque si hay algo argentino, como el asado, el dulce de leche, la birome y el colectivo (que para mí, que el colectivo es argentino es un verso), es el nombre Juan Carlos.

Ya sé que estos casos ocurrieron en otros países, y que hay Juanes Carlos en otros países, como el Rey Juan Carlos de España. Pero no importa.

Digo yo, ¿por qué no Juan Carlos? Y este no es un tema menor, es complicado, porque, por otro lado, ponerle Juan Carlos a un hijo es decirle, desde el momento en que nace “no me interesás, arreglátelas como puedas, yo ya hice mi parte, ahora es problema tuyo, si no te gusta jodete, chau, me voy a comer un asado con mis amigos para festejar tu llegada”.

Porque ponerle Juan Carlos es como vestirlo de gaucho, es bien propio, pero también es eludir la responsabilidad de pensar un nombre mejor y distinto (pero sin caer en la boludez de los nombres de más arriba).

Repasemos este diálogo entre la pareja que espera a su hijo, o que tiene a su hijo recién nacido, y deben decidir cómo llamarlo:

(Mujer) – ¿Cómo le vamos a poner?

(Hombre) – No sé

(Mujer) – Y ¿qué te gustaría?

(Hombre) –No sé, no se me ocurre nada

(Mujer) – Bueno che, es tu hijo, pensá un poco

(Hombre) – (uhhh, como rompe las pelotas) y… qué se yo

(Mujer) – Roberto, el nombre de la nena lo voy a elegir yo, así que esta es tu oportunidad. Sino el nombre lo lelige mi mamá.

(Roberto) – Ma’ sí, ponele Juan Carlos

De esta manera se ve cómo el padre se desliga de la responsabilidad y “le encaja” un Juan Carlos a su hijo, estereotipándolo desde el momento mismo que sale a la luz. En otras palabras, lo cagó.

En otros lugares, como España o México, donde al igual que aquí debe haber millares de Juanes Carlos, están más cubiertos por el doble apellido. Pero en Argentina ser un Juan Carlos es estar al horno, por lo cual para sobresalir todo cuesta el doble o el triple… solo por ser Juan Carlos, lo cual es muy injusto.

Lo único bueno es que, si uno viaja al exterior (salvo a México o España), cuando ven que uno se llama Juan Carlos dicen “ah, debe ser argentino, como Maradona y Gardel”. Nada más, y a mí, si yo sería un Juan Carlos, eso no me conformaría en lo más mínimo.

Por eso, esta convocatoria a todos a no caer en nombres estúpidos o hirientes, pero tampoco a dejar de usar el Juan Carlos. A usarlo, pero con responsabilidad paterna. Meter antes o en el medio otro nombre, como Luis Juan Carlos, Juan Esteban Carlos o, lo que creo que es una de las mejores opciones: aplicar Carlos Juan, que son dos nombres (uno es poco, tres puede ser mucho) y rima con todo, como canción de León Gieco.

martes, 4 de agosto de 2009

A pedido de la editora responsable:


En realidad la editora responsable no me pidió nada, pero reveló intrínsecamente una cuestión, a la que como un Chapulín Colorado, como un Batman enajenado (sin el puto de Robin, obvio), como un perro a su hueso, debo acudir.

El tema surge de los baches. Un tema revelador. Y parte de una cuestión: el bache tiene tal o cual virtud dependiendo de la vereda de la que se lo mire.

Y eso es así: no es lo mismo mirar el bache desde una vereda que mirarlo desde la otra, o mirarlo desde la esquina, mirarlo desde el primer piso de la casa de alguien o mirarlo a través de los vidrios sucios del Falcon del vecino (porque les recuerdo, amigos míos, que todo el Universo es diferente cuando se lo ve a través de los vidrios sucios de un Falcon).

Entonces, la identidad del bache depende del ángulo desde el cual se lo mira, lo cual no habla bien del bache, cuya identidad se ve metamorofoseada a los ojos del observador, no mantiene la compostura.

Ahora, ¿Qué mierda hace la gente parada mirando un bache? Como si fuera algo extraño, anormal, o producto de la caída de un meteorito.

La gente sale a chupar frío al pedo. Porque cuando uno va de un lugar a otro con esta fresca, trata de hacerlo lo más rápido posible. No anda perdiendo tiempo en pavadas, no se queda hablando en la puerta con otras gentes ni se queda mirando pa’ arriba.

Por eso la gente se enferma mucho en invierno. Y con la Gripe A que hay dando vuelta, es menester no perder tiempo mirando baches (ni ningún otro tipo de agujeros a la intemperie), y rajar rápido a la casa o refugio que se posea, meter las patas en la palangana con agua caliente (que ablanda las callosidades generadas luego de escalar al Uritorco en busca de ovnis) y tomar sopa, mucha sopa.

Si no fuera por los baches, habría un 78 por ciento menos de casos de Gripe A y un 82 por ciento menos de muertos. O sea, que la culpa de la Gripe A es de Vialidad, que nos distrae con baches en las calles que nos demoran afuera y nos hacen chupar un fresquete bárbaro. De última, si tanto les gusta mirar baches, que se lo hagan en el livin de la casa y se dejen de joder. ¿Qué cosa más linda debe haber que mirar un bache en el livin de casa, reposando en el sillón, al calor del hogar y tomándose un güisqui?

Bueno, más o menos esa era la cuestión de los baches. Claro que el discurso original fue más fiel, esta es una reproducción de lo que me acuerdo de aquel, luego de una serie de cartas que nos enviamos con Ellerstina Jómez entre los meses de enero y abril de 1869, cuando todo estaba lleno de baches. Pero la idea está. Ahora me voy a arreglar el parlante, que está hecho mierda.