viernes, 2 de octubre de 2009

Viejas chotas, ¿Capítulo final?

¿La edad da impunidad?

No tengo ni la más puta idea, tampoco soy un viejo choto como para darme una respuesta, pero sí se que estoy harto de tantas viejas putas que se creen capaces de colarse a cuanta cola exista.

-Si están en el banco van a la caja de al lado, justo la que dice cerrada, la misma donde está ese cajero pelado que decidió poner el cartelito de “cerrado” porque tiene que armar la peña de los jueves. Y cuando se da cuenta, la señora pregunta: ¿Qué pasó que está cerrada?... (cric, cric, cric..) ¿Pasó algo? Y queda mirando, buscando a un boludo/a cómplice que caiga en su trampa. ¿Cuál es la trampa? La culpa. Esa es la trampa, esperar que un boludo tenga culpa para decirle: “Señora, pasé por acá, yo no estoy tan apurado”. Y la vieja lo logró. Evitó las 18 personas que por adentro la putean hasta en polaco, a ella y al boludo que pensó que todos los de atrás tienen la mañana entera para quedarse de paseo en la entidad bancaria.

-Si están en la panadería también te cagan. Cuando parece que va a llegar tu turno para pedir esos bizcochos tostados (son los que a mí me gustan), la voz entrecortada que aparece de lejos, muy lejos, como de la concha de su madre y más allá. Y esa voz dice: ¿Nena te quedan bizcochos?, y la piba le responde: “Sí abuela, pero pocos”, a lo que la vieja no titubea en decirle que le reserve algunos, y la muy hija de puta (la nena) le corre como medio kilo, entre los que están los más tostados. Ante esa situación, cuando vos estás antes que ella y quedan más bizcochos, cómo haces para pedirle a la panadera que te de los quemaditos, esos que ya están en la bolsita de la vieja. Una vez más, desde atrás pasan adelante casi sin que te des cuenta, como si un fórmula 1 largase último y adelante tuviera 20 Dacia (ese trucho R12 rumano).

-Si están en el supermercado no te cagan, te golpean y te recagan. Ese es su hábitat natural, ahí se sienten como peces en el agua, como arquero en el área, como Saúl Ubaldini (QEPD) en campera de cuero, como Biolcatti entre la bosta, como Cobos entre los cuervos, como un compañero en un 17 de Octubre. Así de cómodas se sienten estas señoras, que con changuito de compras en mano son capaces de quebrarte la cadera si te agarran de atrás o de costado, mientras vos como un pelotudo miras el lomo del último libro de Horangel, ni siquiera el lomo de mina.

Un changuito para ellas es tan o más peligroso que un inundado a un metro de la cara del Lole (¿cuándo le van a romper la cara?). Para estas viejas un changuito es un Scania 114, como en el que andaba Diegote cuando se aspiraba hasta el Veritas que tengo en la mesita de luz. Son tremendas. Se creen BJ con el mono y el centenar de putas que viajan con los compañeros de Huguito Moyano. Son el poder en un cuerpo de 70 años, pero con cabeza de 20, porque tienen la rapidez mental para tirarte el changuito en el mismísimo momento que estás a un paso de ponerte en ubicación “legal” para ser el cuarto de la cola. Pero ellas, con ese rectángulo de cuatro rueditas a cuadritos de fierro, ni te miran y se apropian del lugar. Y sí, es su hábitat, te hacen pagar el derecho de piso y también corrés el riesgo de terminar en el piso si te agarran con la guardia baja.

Luego de insultar en hebreo al TC 2000, el callejero, a Mario Domingo B y todos los putos cortes de calles, arribé al supermercado con Ernestina. Cuando llegó el momento de hacer la cola junto a la directora de este medio de comunicación (medio nunca Grupo, joya nunca taxi), desde atrás de la góndola veo como asomaba un changuito. El mismo estaba en posición oblicua, posición oblicua en un supermercado tiene dos lecturas: es una boluda que no puede interrumpir el tránsito supermercaderil o es una vieja chota que metió la trompa para colarse, como Cara de Chota, el chofer de la línea 18 que en Obispo y 9 de Julio te tira el bondi para pasar sí o sí. Lamentablemente era la segunda opción, la peor, la que me terminó de sacar y logró que escriba estas líneas del orto (todavía estoy caliente). La cola iba por acá, la cola era por acá, la cola en esa caja siempre es por acá, la cola no es por el otro lado de la góndola, donde esa señora asomaba su changuito y quería ganarme ese lugar que estaba dispuesto a defenderlo hasta que la muerte nos separe. La miré a Ernestina y le dije: Mirá esa vieja, se nos va a colar, hablale vos o le descargo siete corchazos en las cuatro bolsas de alimentos para gatos que lleva en el changuito. Al ver mi alto grado de violencia mental y virtual (creo que ando calzado, pero no llevo ni un palito de la selva en la cintura), Ernestina se acercó a la doña y le dijo que la cola era esta. Y la señora con tono de sorda preguntó: ¿Cuál?

¡ÉSSSSTA vieja chota!