viernes, 13 de noviembre de 2009

Juan Carlos peronista



Ernestina: tengo el agrado de reenviarle la segunda colaboración de Mostaza de Wisconsin, un hombre sabio, que además de saber mucho de la especie de enanos santiagueños (ya que ahí hay otras especies de engrendros, además de negros cabezas), es especialista en peronología, máster en peronización de la sociedad, egresado con honores y abanderado de la escuela "Perón, Perón, que grande sos", lo que es mucho decir. Vendría a ser como el Felipe Pigna, o el Aldo Ferrer, o el Rosendo Fraga del peronismo... mi amigo, Mostaza, que manda un cuento, mitad verdad mitad mentira (y no es Carito), con enseñanza y con moraleja. De biblioteca...


Juan Carlos fue un hombre con nombre de honra peronista. Su padre, beneficiario del plan quinquenal por ser exportador de falopa disimulada en tarros de aceitunas, no tenía ni puta idea de quien era Perón pero por diferencias económicas con un sobrino de Balbín -le vendió un Rambler con 17.000 km. posta y éste parece que lo cagó con la guita arreglada- Rúben Walter Berenguella, tal su nombre, se hizo hincha de Perón e inició a su hijo en la doctrina que proponía (erróneamente, iluso Pocho) la igualdad entre hombres y mujeres.

Ya sea en su infancia, montando su corcel de madera con zapatillas (emulando a su ídolo), o en la edad del pavo, culeándose un enano travesti santiagueño (costumbre argentina si las hay), o ya en su madurez, peleando por un trago en la barra del B-vip al grito de “¡Perón, faso y porrón por la unidad de la clase obrera… negros cabeza!”, Juan Carlos Berenguella destilaba peronisticidad: escupía sobre cada bandera de Franja Morada que se le cruzaba, se cagaba en los panfletos de la hoy extinta UCR, se limpiaba el culo con las revistas que publicaban fotos de Alfonsín (aunque sean papel ilustración).

Como pasa generalmente en medio oriente, Uruguay y Chile, el fanatismo exacerbado da paso a la locura, y la locura a la violencia… Juan Carlos era violento, como un Madonna Quiroz sin fierro.
Bardeaba todo el tiempo a quienes no compartían su visión política de la vida, galleaba desde su 4º piso hacia la calle sin reparar en peatones, les mostraba la chota a las viejas que iban a misa… un loco bárbaro.

Es por ello, que para canalizar esa ira incontrolable que lo gobernaba desde los albores de su gesta ideológica, hizo caso del consejo que le diera Alexander Esparado, compañero de unidad básica de su padre y verdulero de uña sucia: “Practicá un deporte, pendejo, o probá con ponerla… estás insoportable”.

De ponerla ni hablar, pero en la cabeza de Juan Carlos tomó forma una idea (una consecuencia directa de la locura, para algunos). ¿Qué deporte puede llegar a ser más peronista que el boxeo? Nesuno! Listo, voy a ser boxeador y a mamarla, sentenció el hijo del Rúben.

Compró guantes, bolsas, esas cosas que te cubren las pelotas y consiguió una bata con el logo de la UOM en la espalda. En el gimnasio donde hacían pilates la mayoría de la organización Montoneros le dieron un lugarcito para que se entrene y el Ciego Mendoza (ciego posta, de quien se comentaba que le tiraba la goma a Vandor) se ofreció como entrenador. Ya andaba todo sobre rieles… como cuando Perón dictaminó el paso de los ferrocarriles a manos del Estado.

El único inconveniente para su desarrollo en la actividad radicaba en que Juan Carlos no tenía brazos. Los había perdido allá en el 73, en el quilombo de Ezeiza -en la tercera venida de nuestro señor Perón- cuando quedó colgado de un palco, al querer alcanzar sin éxito la .45 que se le había caído por un desagüe, y –según explicara su médico- “refaló y, antes de caer al vacío, se aferró de una especie de balcón y la fuerza de su peso en la caída sobrepasó el límite de su resistencia sobacal, y bla bla bla”. Recicbió sendas misivas de Lorenzo Pepe y del Tío Cámpora, por su aguante peronista y un anillo conmemorativo con la cara de López Rega guiñando un ojo que debió, a falta de extremidad idónea donde colocarlo, metérselo lisa y llanamente en el ojete.

Dada su discapacidad (capacidad diferente, falta de garfios, como desee llamarlo) ningún adversario se ofrecía para pelearlo, por sentido común o simplemente lástima. Esto acrecentó su fama: “Juan Carlos ‘Puerta de Hierro’ Berenguella no tiene rivales”, se mofaban de mala manera los medios nacionales de comunicación audiovisual. El mismo Juan Carlos se jactaba de su invicto.
Dos años más tarde, en el marco de los juegos Evita desarrollados en Villa Devoto, el ciego Mendoza inscribe a su “undefeated” campeón para la competencia. Llegó a la final como por un tubo, donde la constante “por sentido común o simplemente lástima” obligaba a sus rivales a abandonar el pleito antes de comenzar el primer round. La otra llave de la competencia la ganó un morochito de 55 kilos que, en otro tiempo, vendía y consumía el sobrante de la falopa que Rúben Walter no llegaba a exportar. José María “el Mono” Gatica, se llamaba. Y como, Juan Carlos, era peronista hasta las pelotas.

El día de la final Juan Carlos se encontraba en su vestuario esperando el momento de salir, el Ciego le pasaba aceite verde por las orejas y Perón le sonreía desde al almanaque de Amargo Obrero clavado a la pared sur. En eso, irrumpe por la puerta el Mono Gatica. Venía medio desconcertado, y cuando vio a su contrincante el desconcierto trocó en asombro. “Oíme, vieja ¿Cómo vas a hacer para pelearme? ¿Sabés quién soy yo? Te peleo con la garcha nomas y te cuentan 1,000” y toda esa clase de pelotudeces que dice uno cuando ve que tiene todas las de ganar (o está con mucha gente que le hace el aguante). El Ciego copó la parada y le paró el carro diciendo: Sabemos bien quién sos vos. Pero juramos por el General que vamos a ganar esta competencia.

-Estoy aca, viejo peltudo -espetó el mono.

El ciego dejó de hablarle al perchero que tenia en frente, se dio vuelta y tanteó el aire para ubicar al avezado pugil. Una vez que sus dedos encontraron su cabeza acercó sus labios a los oídos del Mono y reconoció:

-Dejá que gane el pibe, ¿sabes lo difícil que es mantener esta mentira? Hacelo por Perón, carajo…
Perón Peróóóóóó, que grande sóóóóó… Cantaron la marcha tres veces a tres voces (Hugo del Carril se hubiese pegado un tiro en las bolas si los escuchaba) para luego, con lágrimas en los ojos, pactar el resultado.

-Ok, te voy adejar ganar, pendejo… Por Perón, pero todo tiene su precio.

-Qué querés? -Inquirió bruscamente Juan Carlos.

-Que después de la pelea me entregues el rosquete.

-El qué?

-El rosquete, es que hace tanto que no la pongo…

-Pero búsquese alguna sucia para ponerla -interviene el Ciego.

-Con esta caripela? Ni pagando, maestro.

Entonces, en una ráfaga de valentía y espíritu peronista, Juan Carlos accede a desembolsar el alto precio de la gloria.

TINNNGGG. Primer round el Mono Gatica cae desplomado a los 15 segundos. No había forma de levantarlo. Juan Carlos Campeón de los Juegos Evita. Perón lo felicita y le cuelga una medalla grabada con la frase: “soy el primer trabajador”. Todos lloran.

Ya en el vestuario, el Mono pasa a cobrarse. De buena gana, y en el olimpo de su insólita carrera, Juan Carlos paga.

Moraleja:

1- Para un peronista no hay mejor que otro peronista.

2- Un peronista jamás cierra el orto.